Comentario
En lo que respecta a la Península Ibérica, probablemente hay que referirse a las experiencias del maestro Mateo en la zona baja del Pórtico de la Gloria, la mal llamada Catedral Vieja, como punto de partida en nuestro periplo por la primera arquitectura gótica. El gótico propiamente dicho tardará aún unos años en hacer su aparición y no surge como resultado de los ensayos realizados en nuestra geografía. Se trata de un fenómeno de colonialismo artístico que va a afectar a Castilla desde mediados del siglo XIII, y a la Corona de Aragón y Navarra unos años más tarde.Tres centros destacan en el primer caso: Toledo, Burgos y León (todos ellos sedes episcopales; el primero, Sede Metropolitana). Más o menos contemporáneamente, las dos primeras ciudades emprenden la construcción de su catedral; León, unos treinta años más tarde, la suya, pero entre todos los proyectos existe un común denominador: la personalidad de los obispos que son sus impulsores decididos. A ellos puede sumarse la abortada catedral gótica de Santiago de Compostela, de la que se comenzó la cabecera. Ximénez de Rada de Toledo y Mauricio de Burgos, conocían Francia, y París en particular. Es factible presumir que fue allí donde establecieron contactos con los maestros idóneos para conducir las fábricas de sus catedrales. Además, entre sí estaban relacionados.
Aunque la primera que se comienza es la de Toledo se concluirá antes, quizás por su menor complejidad, la de Burgos. El inicio de las obras en la primera se sitúa en torno a 1222-1224. Se planteó una iglesia de cinco naves con doble girola y sin transepto marcado al exterior, según el modelo seguido inicialmente en Notre-Dame de París, toda ella de una gran monumentalidad. La cabecera, el ámbito más complejo por la necesidad de resolver adecuadamente los empujes y contrarrestos de la estructura, constaba ya de quince capillas en 1238. Pero la muerte de Ximénez de Rada en 1248, supuso una clara ralentización de la obra. En los últimos años del siglo XIII, la iglesia está aún por terminar y data del siglo XIV su conclusión definitiva.
Aunque Toledo responde, en planta, a un modelo foráneo, las soluciones adoptadas en lo que a elevación de muros y proporciones del alzado en general se refiere, nada tienen que ver con él. Es significativa de esta acomodación, incluso el uso de los arcos polilóbulos en la zona de los triforios de la girola, de intenso sabor musulmán.
La catedral de Toledo, si bien es la empresa de carácter monumental más ambiciosa de las emprendidas a lo largo del siglo XIII en nuestra Península; si también constituye un testimonio irrefutable de la voluntad de adaptar de un modelo foráneo a la tradición local (la despreocupación por lograr una estructura esbelta, en sintonía con lo francés, es total), no es un edificio redondo, porque, probablemente, lo segundo no acaba de funcionar.
La catedral de Burgos no puede desligarse de la personalidad de su más directo promotor: el obispo Mauricio, también familiarizado con Francia, de donde debió de traer al maestro que se hizo cargo de la dirección de los trabajos. Aunque se poseen datos sobre los artífices que se sucedieron en la maestría (maestro Enrique, Juan Pérez), ignoramos el nombre del primero de ellos.
En 1222 se procedió a la colocación de la primera piedra. Las obras avanzaron con una cierta rapidez, pues, en 1238, al morir el prelado, se le entierra ya en el coro. Entre 1243 y 1260 se documentan nuevas peticiones de indulgencias a la Santa Sede para la contribución a la fábrica. Indudablemente deben corresponder a la continuación de las obras, aunque en la última fecha sólo quedarían pendientes las bóvedas y ciertas zonas de las partes altas.La planta adoptada en Burgos es mucho más simple que la de Toledo. Corresponde a una iglesia de tres naves en la zona de los pies, con un transepto marcado hacia el exterior de una sola nave y girola. Si en la concepción general, la cabecera de Burgos recuerda la francesa de Coutanges, en el alzado de las naves la proximidad mayor se establece con Bourges. Se ha insistido, por ello, en identificar al primer maestro anónimo de Burgos como francés y se le ha supuesto conocedor, por su itinerancia, de las diversas fábricas a las que habría recurrido para organizar la de la catedral castellana, mucho más francesa en líneas generales que la de Toledo, en especial por las proporciones del alzado.
Existieron tres portadas: dos en los brazos del crucero y una triple en los pies. Las primeras se integraron en un hastial organizado según las pautas más genéricas del norte. Había que partir del profundo desnivel existente entre el lado norte y el sur, de modo que en este último, se dispusieron tres niveles: puerta con una zona ciega superior bastante amplia, rosetón y parte alta; en el norte, la distribución fue la que sigue: puerta, sobre la que inmediatamente se sitúa un gran ventanal, y parte alta. En lo concerniente a la fachada occidental, fue concebida según el modelo francés canónico. Incluía torres a ambos extremos integradas en la fábrica. Desgraciadamente ha perdido sus puertas primitivas.
La construcción de la catedral de León, la más francesa de todo este grupo, se comenzó bastante avanzado el siglo XIII. Su inicio debe situarse con posterioridad a 1255 y contó con el propio obispo de la sede y con el rey Alfonso X, como valedores principales. Este último, en 1277, concedió exención de impuestos a los veinte canteros, al vidriero y al herrero que trabajaban en la fábrica, por todo el tiempo que permanecieran vinculados a ella.
La planta de León, en lo que respecta a la organización de la cabecera, recuerda muy de cerca a Reims, por su hipertrofia. Tiene tres naves en los pies, un transepto marcado espacialmente y girola. Para su alzado, en cambio, se ha recurrido a las novedades presentes en Amiens, en lo concerniente al vaciado del triforio que se convierte por ello en una nueva entrada de luz. León en este sentido es la catedral española que sintoniza más con los presupuestos de la estructura diáfana francesa, a lo que contribuyen directamente las magníficas vidrieras conservadas en su mayor parte.
Durante el siglo XIII, contemporáneamente a estas grandes fábricas, se concluyen determinados monasterios cistercienses, a la par que se instalan las primeras casas mendicantes en nuestra Península. Si estas últimas no son relevantes todavía, desde el punto de vista arquitectónico, en la órbita del Císter sobresale el refectorio de Santa María de Huerta que se fecha en torno a 1220-1230. Aunque en planta no se detecta variación alguna respecto a la disposición usual, la cubierta, resuelta con bóvedas sexpartitas y el muro del fondo de la sala concebido como una superficie transparente, son testimonio irrefutable de que los planteamientos globales están muy alejados del mundo románico.
En el área de la Corona de Aragón, a finales del siglo XIII principios del XIV se comienzan las fábricas góticas de las catedrales de Barcelona, Gerona y las de numerosas iglesias parroquiales de variable importancia. El modelo que se sigue en los proyectos más monumentales es el de tres naves con deambulatorio, transepto marcado sólo espacialmente, y capillas entre los contrafuertes a lo largo de todo el perímetro. La catedral de Barcelona es la que responde más a este modelo porque se concluye según el plan previsto, no así la de Gerona que acaba sustituyendo a finales del siglo XIV las tres naves planteadas inicialmente por la nave única.
Distintos arquitectos activos en Cataluña en los primeros años del Trecento, nos informan de la vinculación de esta zona en el plano arquitectónico a la Francia meridional. Jacques Faveran, que puede ilustrar lo apuntado, llega a Gerona desde Narbona donde ha sido maestro mayor. En cambio, el arquitecto más sobresaliente dentro del siglo XIV parece de origen catalán. Se trata de Berenguer de Montagut, artífice de la iglesia de Santa María de la Aurora de Manresa y de Santa María del Mar de Barcelona. Este último edificio, el más logrado de todos cuantos se erigieron en el Levante peninsular durante los siglos medievales, es un paradigma de armonía. Las proporciones y esbeltez de los pilares que dividen la iglesia en las tres naves preceptivas, no tienen parangón y constituyen el mayor acierto del maestro, por cuanto convierten las tres naves en un espacio continuo sin casi interrupciones. Frente a esta fábrica, el interior de la catedral de la Barcelona y el de algún otro edificio contemporáneo levantado según las pautas usuales es poco luminoso y resulta sombrío.